una mañana de primavera sobre el río Potomac
El viernes estuve en el
Kennedy Center asistiendo a un concierto de la National Simphony dirigidos por mi admiradísimo John Adams. El programa era variadito y de una sencillez de esas que abruman y golpean en la cara:
Suite from Billy the Kid de Copland
The Wound-Dresser de Adams
Adagio for strings de Barber
Variations on an original Theme de Elgar
Cuando yo asisto a un concierto no voy a relajarme como la mayor parte de las personas que casi se duermen con la musiquita. Yo ando toda histérica sentada en el borde de la silla, sintiendo todos esos números, todas esas distancias, la geometría de la música acariciando mi cerebro por dentro en forma de sonidos. Y como quería escribir de esto en el blog, andaba todavía más alerta de lo normal, tomando notas en todos los espacios al margen del programa para poder acordarme.
Billy the kid: Una música es totalmente descriptiva en ese estilo que solamente los americanos son capaces de lograr haciendo que uno casi pueda ver de una vez la imagen de la película imaginaria de cowboys. Es absolutamente feliz, absolutamente alegre y el lenguaje es uno solo, una sola línea melódica que va pasando de un instrumento a otro. De un movimiento a otro. Copland maneja las texturas con la sinceridad del sonido de cada instrumento. Cada instrumento tiene su momento y su propio lenguaje y su propio discurso. Delicioso.
The Wound-Dresser: Esta obra de Adams está inspirada en un poema de Walt Whitman, The wound-Dresser. Walt Whitman estuvo viviendo aquí en D.C. durante la época de la guerra civil como voluntario ayudando a sanar a los heridos de guerra. Adams contaba antes del inicio de la obra que incluso el espacio del
National Mall fue utilizado en su momento para colocar tiendas donde alojar heridos de guerra.
La música de Adams se posa en este caso delicadamente sobre las palabras de Whitman, como un susurro, casi. El tratamiento musical es tan descriptivo como el de Copland, pero más que describir un acontecimiento, complementa la angustia poderosa del poeta que ve morir a sus amados soldados e intenta desesperadamente curarlos y amarlos en sus momentos de agonía. La narracion musical de Adams es plural y ocurre en varias voces, la primera que es como la respiración agónica de los heridos en un ritmo asimétrico que establece una base de angustia sobre toda la pieza. los violines y los instrumentos de viento enfatizan aqui y allá alguna otra sensación, y sobre todo eso, la tercera voz, la voz del poeta en este caso interpretada por el bajo
Eric Owens quien ha colaborado ya en múltiples ocasiones con Adams. Tristemente no disfruté mucho de la interpretacion de Owens. Creo que su voz no era la voz mas apropiada para esta música. Yo hubiese preferido un bajo con mas
fiato, es decir con una voz mas estable, menos sobreactuada. Hubo momentos en los que no pude disfrutar la la melodía del poema gracias a la voz quebrada del cantante. El silencio al final de la pieza golpea con la brutalidad de la muerte... fantástico. Gracias JA.
Adagio for strings: A ver, hasta los que creen que no lo han escuchado lo han escuchado. Lo más difícil de esta pieza es hacer algo nuevo con una música que se ha interpretado ya tantas veces. Y es que lo más sabroso del concierto con Adams fue que ese genio dirigió con sus manos todo el concierto. Sin batuta. Solamente con sus manos y sus dedos y sus brazos. Entonces era capaz de transmitir lo que sea a los ejecutantes en la orquesta y casi acariciar letamente la música que se iba convirtiendo entonces en un líquido espeso y nos tocaba a todos en la audiencia y nos iba drogando con su belleza.
O talvez solamente a mí, porque extasiada como estaba, sentí por un momento que todo aquel espectáculo de música, el director, el público la sala enorme y bellísima estaban allí solo para mí, para mi disfrute y felicidad y gozo. Talvez, si.
Y a Elgar lo dejamos para otro día, porque da como para demasiado.