miércoles, 26 de septiembre de 2012

permiso, por favor


una hermosa calavera de la
colección del 2012

Las diminutas mujeres que delicadamente tomamos el transporte público cada mañana para llegar a nuestras grises oficinas-vidas nos enfrentamos diariamente, no sólo al machismo generalizado que concluyó hace siglos que no servimos mas que para ponernos un lacito en la cabeza, si no que definitivamente piensa que tampoco ocupamos espacio en el universo.

Yo me divierto bastante mientras observo la fauna y flora que habita en esos no lugares, por espacios temporales tan cortos, pero que funcionan perfectamente como laboratorios transeúntes de mis vagas teorías sociales. Además de indignarme feministamente por el abuso espacial de los machos claro está.

Siempre me enamoro en el metro. Aveces, (casi nunca), de algún especímen que se destaca por sus proporciones áureas y sus colores primaverales u otoñales. Esos amores duran poco minutos y por lo general una corta perseguidilla hasta ver que mi amado instantáneo se dirige a algún lugar que no tiene nada que ver con mi destino. Otras veces me enamoro de los altísimos. Me encantan los altísimos. Esos no saben cómo adaptar su enorme estructura al resto de los promedios-pigmeos y están siempre pendientes de quitarse de en medio o de no darse un cabezazo contra algo.

Pero los que más me divierten son los abusivos callados. De los ruidosos que van con sus audífonos a todo volúmen con su tuqui-tuqui, huyo despavorida y neuróticamente hasta el siguiente vagón. A los abusivos callados los persigo hasta fastidiarles un poquito la mañana y de paso divertirme unos instantes.

De la aglomeración humana que suele suceder a las puertas de los trenes subterráneos a las horas pico, lo más destacable es que delante de la aglomeración están por lo general los machos con sus uniformes encorbatados de colores aburridos y sus maletines o bolsos, los cuales olvidando toda regla de conducta caballerosa se apiñonan delante de las mujeres que tímidamente nos ponemos detrás para evitar algún empujón o roce no deseado. Lo más fastidioso de estos seres aburridos es que una vez que triunfantes entran en el vagón, se quedan parados en medio del pasillo como si no quedase nadie más detrás de ellos.

Con esos es que me divierto yo especialmente.

De mi incansable observación del comportamiento humano mañanero, casi siempre escojo al que va más apurado y casi me lleva por delante en las escaleras, o al que ya me ha tropezado previamente bajándose del autobús. A esos los persigo discretamente, me sitúo detrás y justo en el momento en que las puertas se abren, y salen los usuarios que se bajan en la estación, me cuelo delante de ellos para amargarles su entrada triunfal. Inmediatamente después me hago la boba y pillo dónde se van a sentar, si es que hay espacio, y me siento al lado suyo, tropezándolos todos con mi cartera y mi sempiterno bolso de yoga, y pidiendo disculpas tímidamente, o espero que se sitúen en el pasillo y les abarco su espacio personal con una sonrisita inocente que dice permiso, por favor, necesito pasar al otro lado, y los vuelvo a tropezar.

Me encanta amargale la vida a los señores aburridos con corbata. Aunque tan sólo sea por un par de segundos.

4 comentarios:

  1. ¿Seguro que los aburridos señores de aburridas corbatas quedan amargados con su presencia? ¿O enamorados? ;)

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  2. Me parece que ellos están encantados de tenerte cerca.

    Besos.

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  3. Que mona... Lo que mas me ha gustado es lo de aquellos de los que te enamoras un momento. A mi es que me encanta el metro. Cuando me fui a vivir a Barcelona ciudad, al principio, aunque siempre llevaba un libro, me costaba leer, preferia mirar a la variopinta multitud, observando. Era demasiado entretenido. Finalmente me acabe por acostumbrar y pude aprovechar mis trayectos en metro para leer libros y libros.
    A mi me fastidiaba mucho la tipica pregunta de las mujeres (siempre eran mujeres), que antes de que se abrieran las puertas preguntan: "¿Baixas?" (= ¿Bajas?, en catalan). Uff, me ponia de los nervios, pues, el tren aun no se habia parado y ya querian que te dejaras de sujetar de la barra. La mayoria de las veces, si, bajaba.

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